Los milagros del profeta Muhammad ﷺ
Extracto de Al-Mujtasar al-kabîr fî sîrati r-Rasûl, del imam Al-Kinânî
Entre ellos está el Corán, que volvió a los elocuentes impotentes e incapaces de presentar una sola azora que se le parezca, aunque los apoyaran en ello todas las criaturas; está la división de la Luna en dos partes, en la Meca, cuando la tribu de Quraysh le pidió un signo; está el hecho de que manara agua de entre sus dedos puros, de la que bebieron todos cuantos se encontraban en el campamento, sedientos, y con la que hicieron todos sus abluciones, y todo ello a partir de un jarro pequeño y estrecho en el que él no podía abrir su noble mano; está la efusión del agua de sus abluciones en el manantial de Tabûk, cuando estaba seco, y en otra ocasión en el pozo de Al-Hudaybiya; de ambos brotó el agua.
Todos los hombres del ejército bebieron del manantial de Tabûk, y eso que eran un millar, hasta que todos saciaron su sed, y el agua corre aún hasta hoy; mil cuatrocientas personas bebieron de la fuente de Al-Hudaybiya hasta saciarse, aunque antes no tenía agua; dio de comer al ejército, que estaba formado por novecientos hombres, con los dátiles que la hija de Bashir, hijo de Sa‘d, llevaba en sus manos; comieron todos hasta quedar saciados y aún sobraron. Lanzó un puñado de tierra a los incrédulos, que quedaron cegados, y en el Corán la palabra de Dios —elevado sea— reveló a este respecto:
«Cuando lanzaste [un puñado de arena], no eras tú quien lo lanzaba, era Dios el que lo lanzaba» [Corán, 8: 17].
Cuando le construyeron el púlpito, el tronco sobre el que pronunciaba sus sermones prorrumpió en gemidos de ternura hacia él, hasta el punto de que todas las personas presentes oyeron cómo salía del tronco un sonido similar al del camello, entonces el Profeta lo abrazó y el tronco se calló. La pata de cordero envenenada le habló para informarle del veneno que contenía; el Profeta daba razón de cosas desconocidas y presagió que a ‘Omâr lo mataría el grupo rebelde, que a ‘Othmân le llegaría una prueba seguida por el paraíso y que al-Hasan Ibn ‘Alî —que Dios los acepte—, sería un jefe con el que Dios, el Grande, el Poderoso, reconciliaría (entre) [2] dos grupos de musulmanes, y todo ello se realizó.
Dio noticia de un hombre que combatió por la causa de Dios, el Grande, el Poderoso, y dijo que estaba entre las gentes del infierno, y ello se confirmó pues aquel hombre se había suicidado. Informó de la muerte de Al-Aswad al-‘Ansî, el mentiroso, la noche en que fue asesinado, y eso que se hallaba en San‘a, en el Yemen, e informó también de su asesino.
Dio noticia de la muerte del emperador de Etiopía y se dirigió luego con todos sus compañeros al cementerio de Al-Baqi‘, donde rezaron por él. Luego se supo que había muerto ese mismo día. Salió de su casa ante cien personas que lo esperaban para matarlo, pues eso pretendían, y puso tierra sus cabezas, con lo cual no lo vieron.
El camello se quejó y se postró ante él en presencia de sus compañeros. Dijo el Profeta a un grupo de sus compañeros, que estaban reunidos: «Uno de vosotros irá al infierno y soportará una muela como la montaña de Uhud»; murieron todos musulmanes salvo uno, que había apostatado: se trataba de Ar-Rahâl al-Hanafî, que fue matado en tanto que apóstata con Musaylima —que Dios los maldiga a ambos—. A los demás les dijo: «El último de vosotros morirá en el fuego», y en efecto el último de ellos en morir cayó al fuego, se quemó y murió. El Profeta llamó a dos árboles, que llegaron a él (unidos), y él les ordenó que se separaran.
Informó de que iba a matar a Ubay, hijo de Jalaf al-Yumhî, y el día de la batalla de Uhud le hizo un rasguño, del que murió. El día de la batalla de Badr informó a sus compañeros de la muerte de los jefes de la tribu de Quraysh y les mostró el lugar donde había de morir cada uno de ellos, uno tras otro, y ninguno traspasó su límite. La tierra se juntó ante él y vio su oriente y su occidente. Informó entonces de que su comunidad llegaría a los confines de la tierra que se había juntado ante él, lo que efectivamente ocurrió: su poder alcanzó el principio del oriente y llegó al final del occidente, pero no se extendió mucho al sur y al norte, como él había dicho también.
Limpió la ubre de una oveja que no había sido unida a un cordero, y dio leche en abundancia.
El ojo de Qatâda, hijo de an-Nu‘mân, se despegó [3] y cayó, y él con su noble y bendita mano lo volvió a poner en su sitio, y desde entonces ese ojo fue el más eficaz, el mejor y más preciso de ambos. La gente oía las glorificaciones de la comida entre sus manos; sus milagros son muchos para contarlos todos.
Traducción: Daniel Gil-Benumeya
Notas:
[1] Todos estos milagros fueron mencionados en el mismo orden por Ibn Hazm p. 7; véase Ibn Sa‘d 1/]/12, Ibn Kathîr 6/74 y ‘Uyûnu l-‘athar 2/286.
[2] Lo que aparece entre paréntesis es un añadido complementario de Ibn Hazm y las demás fuentes.
[3] El día de la batalla de Uhud, el ojo de Qatâda fue alcanzado —Ibn Hichâm 3/87—; se despegó, es decir que salió de su órbita, y cayó.